Porrazos


Mi vida ha estado llena de porrazos. Y no de esos metafóricos en los que uno cae, aprende y vuelve a caminar. No. Los míos son porrazos reales. De esos en los que uno termina con las manos y rodillas rasmilladas.
El último de aquéllos fue hoy. Venía de una reunión liquidantemente fome desde el Observatorio de Lastarria. Crucé la Alameda bajo la lluvia -y sin paraguas- desde la vereda norte y al llegar a la sur y dejar atrás el pavimento, mis botas -bellas botas- se apoyaron con desequilibrio sobre la vereda. La suela de una de ellas que sostenía la mitad izquierda de mi cuerpo resbaló y la otra se mantuvo impertérrita. Por lo tanto, la dobladura de la rodilla que produjo la bota de suela inestable fue importante. De hecho, me causó un dolor intenso que me hizo agradecer ser hiperlaxa y no estar enfrentándome a un esguince o una lesión mayor.
La historia se me ha hecho más que conocida. Mis caídas son memorables y también frecuentes. Todas las mañanas salimos cerca de las 9 con Seb rumbo al trabajo. Como suelo estar contenta, comienzo a dar saltos de niña mientras caminamos hacia el auto. Todos los días, casi sin excepción, me tuerzo un pie, me tropiezo, me pegó en la mano contra una pared o en la cabeza contra la parte superior del marco de la puerta del auto.
Recuerdo con claridad otras caídas que pueden ser categorizadas:
La ciclística: Mi afán por pedalear ha dado origen a fuertes machucones. El más emblemático es en el que me estrellé contra un árbol (como a los 5 años) en el Parque Forestal. Resultado: caí en medio de un grupo de scouts y pasé una gran vergüenza que me hizo olvidar qué heridas físicas me hice.
La colegial: Me gustaba correr sola en el patio del colegio inundado de cemento, con mi bufanda azul tejida por mi mamá. Llegaba a diario con las medias rotas a la altura de la rodilla. Una vez fue tan fuerte que traspasé las tres medias que me había puesto para soportar el frío.
La deportiva: Todos saben que yo al deporte no le hago. Pero en la adolescencia lo único que me gustaba era jugar básquetbol. No sé cómo ni por qué, iba dándole bote a la pelota cuando de repente me caí sentada sobre la cancha -también de cemento- y por mi extrema velocidad, me arrastré hasta debajo del arco rival. El dolor en el coxis se mantuvo durante meses.
La vacacional: Tercer día de vacaciones junto a Seb a los pocos meses de conocernos. Estábamos recién llegados a Bariloche y buscábamos donde alojar. Nos estacionamos y caminamos hacia un hostal. Bueno, él caminó. Yo volé. Gracias a una pendiente, a mi caminar juguetón y a un pavimento irregular salí propulsada por unos tres metros. Caí de boca. Al llegar Seb me preguntó "¿estás bien?" y yo le respondí dada mi experiencia en caídas "mi cara está perfecta". Había puesto mis manos y hecho fuerza como una víbora con el cuello para no ver afectada la parte más preciada de mi humanidad. En todo caso, ése ha sido el accidente más grave hasta hoy: rodilla negra y costra infantil.

2 comentarios:

Gabriela Velázquez dijo...

Lo importante es levantarse de nuevo, pero, como diría mi papá: "Cuídate mucho".

sEb dijo...

La verdad es que no fueron tres metros, fueron como tres cuadras aleteando para no caer, y por la caida podrían haber sido tres dientes pero como dijo Dani "La cara está bien" como si fuera lo más importante, es linda y tierna hasta en esas situaciones.