Lo que quise ser
Gracias M por recordármelo. También por hacerme notar que como dijiste "podrías haber sido muchas cosas, pero estás siendo lo que querías ser. Qué emocionante, ¿no?". Y como te contesté: emocionante y aterrador. Da miedo ser lo que uno quiere ser y correr el riesgo de meter la pata. Pero así es este asunto del abarrote. Y ya que me atreví, voy a seguir escribiendo. Lo único que me falta es saber si todo puede ser tan entretenido como mi mejor amigo Jaime, si tendré que esperar hasta que una nueva señal se convierta en mi musa o si sólo tengo que recurrir a los recuerdos. Anyway, aquí estoy.
Lo que me enseñó el zorro
Entonces apareció el zorro:
-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro- no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro- significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en
-¡Oh, no es en
El zorro pareció intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito, pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- ¡Y vas a llorar! -dijo el principito.
-¡Seguro!
-No ganas nada.
-Gano -dijo el zoro- he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro- pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.
Una mirada al feminismo
Un poco más de los García Márquez
Así comienza el texto que publicaré en un libro. Que no les asuste la recurrencia de algunos motivos. Me autoplagié...aunque más bien creo que es porque es lo que siento en este momento.
A disfrutar de las letras.
Me abruma la idea de pensar en páginas escritas por mí. Me asusta cumplir el sueño de aparecer en un libro.
Llevo años sin escribir desde la guata, como decimos en Chile. Siempre encubierta como periodista se me ha hecho más fácil. Y así enfrento este desafío.
El señor García Márquez
Un día de colegio cualquiera me lanzaron la noticia: había que leer, por obligación, como siempre, un libro de ese escritor colombiano al que le entregaron el premio Nóbel, tal como a Pablo Neruda y a Gabriela Mistral. Yo, lectora voraz, me entusiasmé con la idea y le dediqué tardes enteras a Cien años de soledad. Debo confesar que a mis 14 años, no entendí mucho. Era demasiado niña para tanta fantasía. Tenía muy claros los conceptos de lo que era lo concreto y prefería divertirme descifrando la depresión de Ernesto Sábato en El túnel que leer sobre mariposas.
Incauta e ingenuota. No sabía en ese entonces que la verdadera sabiduría estaba en soñar.
Pasaron los años y hubo varios encuentros más. Conocí al García Márquez periodista y me sedujo el arte de contar. ¿Se puede ser reportero y escritor? Sí, se puede. Y eso fue lo único que me mantuvo aferrada a esta carrera de la que no reniego, aunque a veces miro con disgusto.
Y aquí estoy. Después de dar vueltas por los medios nacionales, pasando por televisión y todo tipo de revistas y diarios, me doy el lujo de escribir. Todo el día. A cada hora. Pero nunca sobre mí.
Y aunque de Don Premio, como supe que le dicen por ahí a Gabriel, había mucho que aprender, yo me dediqué a emocionarme con ese otro señor –tan parecido, tan simétrico, aunque sin bigote– de traje de lino blanco que llegó el día de la inauguración del Diplomado en Cartagena de Indias representando a Gabo. Quería tocarlo. No de una manera sexual, no se confundan. Quería llegarle al alma. Y no de una forma romántica. El lino blanco reflejaba el caribe, la luz que no deja mirar el cielo, ese paraíso oculto del que a mí me privaba el aterrador invierno que acababa de dejar atrás en mi Santiago.
Oh darling
Para los que les gusta el karaoke...dice así:
Oh! Darling, please believe me
I'll never do you no harm
Believe me when I tell you
I'll never do you no harm
Oh! Darling, if you leave me
I'll never make it alone
Believe me when I beg you
Don't ever leave me alone
When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and cried
When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and died
Oh! Darling, if you leave me
I'll never make it alone
Believe me when I tell you
I'll never do you no harm
When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and cried
When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and died
Oh! Darling, please believe me
I'll never let you down
Believe me when I tell you
I'll never do you no harm
Memorias de mi hermano
Por Daniela Jorquera G.
“¿Tú crees que eso es verdad?”, me emplaza irónico cuando el experto narra cómo el célebre escritor pasó penurias económicas en “El rascacielo”, un edificio de varios pisos que desde siempre ha sido un prostíbulo, donde Gabo arrendó una habitación por la que dejaba en prenda los manuscritos de alguna de sus novelas cuando no tenía cómo pagar. “¡Qué va a tener de cierto! Gabito jamás pasó por eso… y aunque sí lo hubiese hecho ¿Acaso alguien le hubiera aceptado unos cuantos papeles a cambio de la renta?”.
Jaime no es crédulo. Tampoco es ingenuo. Y sabe muy bien cuál es su rol en esta historia. No sólo resguarda las finanzas y organización de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) fundada por Gabriel, sino que también es el escudero de la intimidad de su hermano: “Él ya se ha convertido en un mito. Es tanto lo que se habla sobre él, tanto lo que se inventa, tantos los que dicen que lo conocen que el verdadero Gabriel, Gabito, no existe. Nadie sabe cómo es. Nadie más que nosotros, su familia.”
En todo caso, para suerte mía, Jaime tampoco es exageradamente discreto.
Olvidos y recuerdos
El que se quede sin dar el paso
Quien se canse de tus abrazos, no voy a ser yo
No voy a ser yo, no voy a ser yo
No voy a ser yo, no voy a ser yo
Tengo tiempo y tengo paciencia, y sobre todo
Te quiero dentro de mi existencia de cualquier modo,
Y aunque falta tal vez bastante, no voy a ser yo
El que se canse antes, no voy a ser yo
No voy a ser yo, no voy a ser yo
No voy a ser yo, no voy a ser yo
Hay gente que no debería enamorarse
Algunos no deberíamos dar el sí
Yo no veo otra salida, no quiero pasar la vida
Sin que la vida pase a través de mí
Y aunque me pierda completamente, no voy a ser yo
Quien se esconda de lo que sienta, no voy a ser yo
No voy a pisar el freno, no voy a ser yo
El que se ande con más o menos, no voy a ser yo
No voy a ser yo, no voy a ser yo
No voy a ser yo, no voy a ser yo
Hay gente que no debería involucrarse
Con cosas que luego no pueden manejar
Yo no veo otra salida, no quiero pasar la vida
Pisando una piedra y volviéndola a pisar
Hay gente que no debería enamorarse
Algunos no deberíamos dar el sí
Yo no veo otra salida, no quiero pasar la vida
Sin que la vida pase a través de mí
Si quieres un principe azulado, no voy a ser yo
Si quieres un “bangundangunladu”, no voy a ser yo
Y aunque falte tal vez bastante, no voy a ser yo
El que se canse antes, no voy a ser yo
no voy a ser yo, no voy a ser yo
no voy a ser yo no voy a ser yo
Cocina cotidiana
Porrazos
Mi vida ha estado llena de porrazos. Y no de esos metafóricos en los que uno cae, aprende y vuelve a caminar. No. Los míos son porrazos reales. De esos en los que uno termina con las manos y rodillas rasmilladas.
El último de aquéllos fue hoy. Venía de una reunión liquidantemente fome desde el Observatorio de Lastarria. Crucé la Alameda bajo la lluvia -y sin paraguas- desde la vereda norte y al llegar a la sur y dejar atrás el pavimento, mis botas -bellas botas- se apoyaron con desequilibrio sobre la vereda. La suela de una de ellas que sostenía la mitad izquierda de mi cuerpo resbaló y la otra se mantuvo impertérrita. Por lo tanto, la dobladura de la rodilla que produjo la bota de suela inestable fue importante. De hecho, me causó un dolor intenso que me hizo agradecer ser hiperlaxa y no estar enfrentándome a un esguince o una lesión mayor.
La historia se me ha hecho más que conocida. Mis caídas son memorables y también frecuentes. Todas las mañanas salimos cerca de las 9 con Seb rumbo al trabajo. Como suelo estar contenta, comienzo a dar saltos de niña mientras caminamos hacia el auto. Todos los días, casi sin excepción, me tuerzo un pie, me tropiezo, me pegó en la mano contra una pared o en la cabeza contra la parte superior del marco de la puerta del auto.
Recuerdo con claridad otras caídas que pueden ser categorizadas:
La ciclística: Mi afán por pedalear ha dado origen a fuertes machucones. El más emblemático es en el que me estrellé contra un árbol (como a los 5 años) en el Parque Forestal. Resultado: caí en medio de un grupo de scouts y pasé una gran vergüenza que me hizo olvidar qué heridas físicas me hice.
La colegial: Me gustaba correr sola en el patio del colegio inundado de cemento, con mi bufanda azul tejida por mi mamá. Llegaba a diario con las medias rotas a la altura de la rodilla. Una vez fue tan fuerte que traspasé las tres medias que me había puesto para soportar el frío.
La deportiva: Todos saben que yo al deporte no le hago. Pero en la adolescencia lo único que me gustaba era jugar básquetbol. No sé cómo ni por qué, iba dándole bote a la pelota cuando de repente me caí sentada sobre la cancha -también de cemento- y por mi extrema velocidad, me arrastré hasta debajo del arco rival. El dolor en el coxis se mantuvo durante meses.
La vacacional: Tercer día de vacaciones junto a Seb a los pocos meses de conocernos. Estábamos recién llegados a Bariloche y buscábamos donde alojar. Nos estacionamos y caminamos hacia un hostal. Bueno, él caminó. Yo volé. Gracias a una pendiente, a mi caminar juguetón y a un pavimento irregular salí propulsada por unos tres metros. Caí de boca. Al llegar Seb me preguntó "¿estás bien?" y yo le respondí dada mi experiencia en caídas "mi cara está perfecta". Había puesto mis manos y hecho fuerza como una víbora con el cuello para no ver afectada la parte más preciada de mi humanidad. En todo caso, ése ha sido el accidente más grave hasta hoy: rodilla negra y costra infantil.
El principio del dolor
A veces ocurre que el dolor se manifiesta con rebeldía. Y hacemos todo lo que creímos que debíamos hacer cuando teníamos 18. Otras, el dolor es solo dolor. Y propiciado por algún tormento circunstancial que generalmente tiene que ver con alguna pena del corazón, nos convierte en seres insomnes y tristes. “¿Por qué me duele tanto?”, me preguntó una amiga hace unas semanas. Yo creo que por esto mismo.
Hombres y mujeres, a los treinta ya nos hemos convertido en sobrevivientes, en equecos con bolsas llenas de arrepentimientos, de puertas golpeadas tras de uno y de otras cerradas en la nariz, pero por sobre todo -y ésas son las que pesan más- de lágrimas. Lástima que no se hayan secado. Dicen por ahí que eso pasa porque deben fluir… ahí se les acaba el destino y se evaporan.
Nadie nos enseñó a llorar a tiempo, a manifestarnos vulnerables, a pedir un cariño, un consuelo, un pañuelito desechable. Nadie nos dijo que había momentos en que la amargura no había que ocultarla sino que acogerla y respetarla. Nadie nos advirtió que la rabia era sana, que liberaba, que hacía que los otros supieran que a uno también le duele y porqué. Creyeron hacernos crecer fuertes, pero en el fondo solo nos coartaron la posibilidad de sentirnos débiles, frágiles y de pedir ayuda. Y ahora, a los treinta, el daño recién comienza. Es el principio del dolor.
Basura en la cabeza
Es por la basura en la cabeza.
Esa que tengo que aprender a limpiar.
Esqueleto
Mi mamá se agachaba hasta quedar a mi altura y con su sonrisa de dientes grandes, sus ojos que también se reían y su pelo y piel tan oscura para mí, me tomaba de los hombros y me hacía bailar mientras seguía cantando esa canción. Lo hizo mil veces. Y a mí se me espantaban los miedos y me nacía la risa que ella me contagiaba.
Mira como mueve el esqueleto...
Íbamos en el auto recién comprado con Seb, cuando recién nos conocíamos. Era de madrugada y yo tenía tanta pena que él me fue a buscar a mi casa y fuimos a dar un paseo. Lo mismo que hacía mi papá para que me diera sueño. Pero con Seb llegamos más lejos. Nos fuimos al Cajón del Maipo y a Pirque y en el camino él puso un disco. "Esto te va a gustar". Y empezó a sonar Mira como mueve el esqueleto, como se menea por completo...
Fue nuestro vals de novios. Gracias Seb. Gracias mamá. Gracias papá.
la canción en:
http://www.eluniversal.com.mx/graficos/gabiblog/Esqueleto.m4a