Otra sobre la vida

Ninguno de nosotros tendría algo por lo cual vivir sino tuviéramos algo por lo que merece la pena morir.
Anthony Giddens.

Oración por Marilyn Monroe (extracto)

Este poema lo escribió Ernesto Cardenal. Sólo quiero decir que se aplica a muchas vidas.

Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleadita de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y
archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y se apagan los reflectores!
Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: Wrong Number
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.

Ya está aquí

Para los que se lo perdieron, para los que odian el papel, pero me quieren a mí, aquí va.
Lean lean.
http://www.uc.cl/ru/96/otros/letrafresca.pdf

El tornado

Así es.
A veces dicen que es de otra manera. Pero no. Cuando uno ya lo vive más de una vez, sabe que siempre es igual. Con pequeños matices, con tenues diferencias. La muerte llega y arrebata ese hálito de certeza que nos permite vivir tranquilos. Nos recuerda los pecados que nos tenemos guardados, las cosas que no dijimos y que debemos decir cuanto antes, los capítulos no cerrados. Porque aunque tenga forma de tornado o sea calma como un brote de silencio, a todos nos pilla de improviso.
Se murió la tía Ula. Y tengo pena aunque no soy protagonista de la historia. Porque uno quiere, aunque no conozca bien. Quiere las presencias, las sonrisas gratuitas, las manos que te aprietan fuerte y cariñosamente. Entonces uno, cada vez que alguien se va, se acuerda de los que ya se fueron y de los que alguna vez se irán. Incluso de uno mismo.
No me quiero quedar con pendientes. Ya no estoy para hacerme la loca. Se han ido sellando muchas historias que me atormentaban y he ido encontrando el consuelo de saberme viva para retomar nuevos bríos. La muerte me recuerda que tengo que hacer lo mejor posible para dormirme cada noche con la sensación de que fue la última, como dicen los budistas, y no quiero que lo tomen por la interpretación pesimista. Es la naturaleza. ¿O acaso un árbol sabe cuando se hará otoño con total certidumbre? Claro, no se muere por completo hasta la próxima primavera. ¿Pero quién puede morir por completo? Todo renace, todo permanece, porque somos más trascendentes de lo que creemos, porque tatuamos nuestras vidas en las de otros. Y espero que mis agujas estén haciendo un dibujo cuidado y cariñoso en las pieles de todos ustedes. No lo digo con fe. Lo digo con voluntad. Veremos cuánto me caigo y cuánto me disculpan y me acogen. Al final nos lo debemos los unos a los otros.

Se cierra la función

Hoy me cae mal mucha gente. Siento que son mosquitos que pululan y no me dejan dormir tranquila, me obligan a respirar por la boca y me retuercen la mandíbula. Estoy cansada. Y he descubierto que ya no me interesan los que provocan estos efectos dolorosos.
¿Los hechos? Sólo puedo decir que son suficientes como para dar fin a mi acto de piedad hacia ellos, para que las prioridades se impongan, para dejarme reposar tranquila en los brazos de quienes más me acogen como Seb sin dejar que se interpongan funestas angustias.
He terminado el ciclo de que me pasen por encima. He aprendido que puedo decir que no sin sentirme irresponsable.
Haciéndole caso a mi bien amado, a mis padres y a mi gato, se cierra la función. No soy parche ni comodín: soy yo.