Mágico mundo de colores

El cubo de rubik gigante que llevaba un niño en el metro, me hizo despabilar. Venía pensando en las profundidades de la mente humana y su escabrosa y cierta tristeza, y vi el cubo. Nunca he logrado relacionarme con ese juego. Cuando tuve uno, la solución que encontré fue cambiarle las calcamonías de colores de lugar para que así todos los lados quedaran como correspondía. Mi hermana tampoco lo resolvió nunca... En mi infancia ochentera no recuerdo que nadie cercano lograra hacerlo. Pero de grande me encuentro con Seb y su maravillosa destreza y técnica para, en unos minutos, dejarlo perfectamente ordenado... disfrutando más encima, tanto así, que ha conservado el mismo juego durante años. He intentado aprender. Trato de imitar sus movimientos, lo consigo en dos o tres jugadas y luego se me olvida, me desconcentro y lo dejo. Cada uno con su forma y orden personal de resolver las cosas. Él es mucho más deportivo, disciplinado y persistente. Yo soy una perfeccionista que no entiende por qué hacer algo sino resulta perfecto, bello, ingenioso, creativo y genial a la primera. Si veo que fracaso más de una vez (nótese que lo considero un fracaso), pues a otra cosa mariposa.
No como ese niño del metro que, a pesar de que no entendía el juego, ya lo cargaba como un trofeo, como si le abriera el mundo a uno mágico y lleno de colores. Qué envidia.

1 comentario:

M dijo...

Yo creo que como los mellizos ingleses que se terminaron casando, fuimos separadas al nacer. ¿Qué onda con el cubo? Sé que lo odio porque no puedo con él. Toda mi admiración a Seb por su capacidad.